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mañosos en la combi

Publicado: 2012-01-15

Incomprendido vigilante en calurosas travesías motorizadas, el mañoso ocupa un terrorífico pedestal en el imaginario de las pasajeras de combi que, cada día, atraviesan la ciudad soportando la vejación innombrable que significa ser husmeadas en lo más recóndito. Durante los últimos días, han llegado a este blog innumerables comments de chicas-combi hartas de tanto abuso ocular. Una de ellas escribió que “te violan con la mirada”, lo cual es más o menos como asesinar con los ojos, o ––más poético–– desnudar con los párpados. A mí me gusta el término mañoso porque es bien peruano, o sea, es peruano usarlo para describir ese torbellino interior que en ámbitos más bíblicos se suele denominar lujuria.

En cualquier callejón de nuestra ciudad, las mamás le dicen a sus hijas que se cuiden de los mañosos, o sea, de aquellos que puedan observarlas como algo más que joviales criaturas en primaveral metamorfosis. Mañosería. Lujuria combi. El mañoso exterioriza su arrechura y el grado de intensidad de esa exteriorización puede ser la diferencia entre la simple malcriadez castigada con un sopapo sonoro y el ilícito penal retribuido con una temporada en Canadá

En la combi hay mañosos, quién lo duda. Ciertamente, los tiempos han cambiado y nuestro héroe ya no puede perpetrar las epidérmicas fechorías que, años atrás ejecutaba bajo el tibio amparo de una Enatru repleta. El mañoso-combi es un mirón profesional, un acosador silencioso, un tibio amante de las formas que se apretujan en su peculiar calabozo andante. Sin embargo, veo una injusta tendencia a identificar a este personaje con el cobrador-angurri, a quien se acusa de ser un caserito incontenible de la avenida Arriola, la boca ansiosa, las manos de uñas largas en estado de (difícil) continencia. Es bien papaya echarle la culpa al cobrador. Él es el cochino, el feo, el necesitado de hembras, el peligro público. Pero cuando me hablan de mañoso y mañoserías yo veo a otro personaje. Veo ––la neblina se disipa lentamente detrás de la pantalla–– al lector de este blog.

Sí, eso dije. Pero no estoy aquí para culpar a nadie. O sea, ¿quién no ha ajustado sus rojizos globos oculares para hacer zoom, por ejemplo, en esa blusa blanca ceñida, adornada con coquetas gotas de agua ––la ducha reciente, lector–– que se volvieron gigantes como manchas al esparcirse en tela, haciendo más feliz el escote de esa asistente de marketing que aún termina de pintarse los labios con el vehículo en movimiento? ¿Alguien puede evitar entusiasmarse cuando la secretaria bilingüe de minfalda azul debe bajar y camina el trayecto que existe desde el asiento de atrás hasta la puerta, debiendo agacharse y hacer equilibrio y por tanto exhibir la magia amenazante de su derrier? Que levante la mano quien prefirió voltear el cuello hacia la ventanilla, rígidamente, y no deleitarse con ese par de piernas cruzadas a menos de quince centímetros y pensar, Dios, qué hubiera sido de la humanidad si Sharon Stone alguna vez se hubiera trepado en una combi.

Le regalo mi blog al que alguna vez haya exclamado, señorita, su minifalda es demasiado corta y al estar usted sentada allí exhibe a todos la exacta tonalidad del color de su trusa, tome usted sus precauciones, ya sabe, hay mucho mañoso. Digo, ¿hay algo más espléndido que ver, anclados en el mugriento piso de la combi, los zapatos de taco, los pies en esforzada elevación, las pantorrillas lisas y firmes de la clase obrera nacional? Que tire la primera piedra-comentario aquel que haya mantenido intacto su ritmo salival cuando la animadora de fiestas infantiles de Mcdonals no encontró sitio y tuvo que ir, de pie, encorvada sobre tu asiento y tu cara. O el que haya permanecido imperturbable de pies a cabeza ante la estudiante de azafata que trata de planchar las súbitas arrugas de su traje de damita voladora con las manos y en el proceso se toca más de lo permitido en el protector horario de las ocho de la mañana. En la combi, la gente está demasiado cerca. Las chicas se ven obligadas a mostrar cosas que usalmente no se dejan ver. Cada viaje es un bombardeo de intimidad brutal. Ves mucho: la panti corrida, el sostén percudido, la tirita transparente tan común que parece parte de un uniforme único interior. ¿Cómo no ser, aunque sea durante veinte segundos de luz, aunque sea de costadito, aunque sea por la sombrita, un mañoso de la combi?


Escrito por

elmasquecanta

soy solo un hombre que quiere decir lo que siente en este blog


Publicado en

De todo un Poco

Por Juan Carcamo Esteves