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Cronica de un Suicida

Publicado: 2010-09-03

Pensar en la propia muerte nos lleva inevitablemente a imaginarla producto de la ancianidad, una vez que la vida se ha completado dejando poco por hacer o ya todo hecho y el cuerpo ya no nos acompaña. Por otra parte, la muerte de nuestros cercanos, antes de que suceda, es un tema que suele ser poco abordado en voz alta, como si se tratase de un tema tabú, basta con mencionarlo para ser censurado de forma inmediata, haciendo que dicho tópico quede relegado solo a nuestros pensamientos.

El cuerpo humano es frágil y las formas de morir son variadas. Desde asesinatos hasta enfermedades y accidentes, la muerte siempre es inesperada y deja a su paso el desconsuelo de quienes deben siguen viviendo y pensando en lo injusto de la pérdida.

Aún así, pocas situaciones en la vida, relacionadas con la muerte, pueden ser tan devastadoras como el suicidio.

La vorágine de sentimientos que desata un suicidio se asemeja a una supercarretera con una sola entrada, nódulos, rotondas, túneles, desvíos, pasos sobre y bajo nivel y una sola salida, pues siempre se termina tildando a este hecho como un acto egoísta, y al suicida como un ser cobarde. Es tal el rechazo a esta manera de terminar la vida que para más de una religión es sinónimo de pecado imperdonable.

Pensemos en una persona que tiene problemas de comunicación con su familia o que vive solo, sumemos a estas situaciones la falta de amigos, el dolor de una desilusión amorosa, o la nula posibilidad de crear nuevos lazos por miedo a que las malas experiencias se repitan. Agreguemos a ello un mal trabajo o la rotunda y duradera cesantía. Basta solo alguno de estos hechos para generar una depresión que, de no ser tratada o al menos entendida y asumida por los cercanos, puede terminar en desastre.

Siempre se dice, a modo de consuelo, que cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, pero si todas las puertas imaginables se cierran, ¿Somos capaces de vivir solo de ventanitas?

Más de alguno dirá: ¿Quién no tiene problemas?. Así mismo nacen un montón de cursilerías como: "hay que vivir agradeciendo un día más de vida", o, "mira la magia de un atardecer", o, "date un paseo y maravíllate con las flores que nacen por ti", o, "tú eres importante" o frases prefabricadas que buscan aplacar el agobio de quien está al borde del abismo. Lamentablemente, solo sirven de aliciente al interlocutor del alma deprimida, para así sacarse la culpa y la responsabilidad y después poder decir con propiedad: "Yo lo apoyé".

El suicidio no es un acto de soberbia. Quienes han muerto bajo sus propias manos no lo hicieron con un afán de desafiar a nadie, mucho menos se trata de un acto egoísta o de cobardía. El hecho de terminar con la vida propia es solo el final de un largo camino plagado de pequeñas tristezas que van sumándose a la frustración de sentirse sin escapatoria posible. Del mismo modo, una a una van mostrándose las señales de un vacío difícil de llenar, una espiral sin fin y que a los ojos del resto no es más que un simple problemilla sin importancia.

La responsabilidad del suicidio no es del suicida, sino de quienes no supieron empatizar y entender que una pena, por más pequeña que sea, puede transformarse en una enfermedad espiritual mortal y, de paso, cargarán con la culpa por el resto de sus vidas, de no haber abierto puertas y dejar que el aire entre tan solo por las ventanas.


Escrito por

elmasquecanta

soy solo un hombre que quiere decir lo que siente en este blog


Publicado en

De todo un Poco

Por Juan Carcamo Esteves